Si el Hijo de Dios se humilló a sí mismo al hacerse hombre, y para nacer escogió el lugar más pobre...
Si convivió con los pobres, con los despreciados, los ignorantes, los enfermos y toda suerte de afligidos que buscaban en El un consuelo...
Si no tenía donde reclinar su cabeza, y fue despreciado por los ricos, por los sabios y por los poderosos...
Si no rehusó beber la copa amarga, ni los azotes, ni las espinas que hincaron su cabeza...
Si cargó pesada cruz, y en ella clavado y traspasado de dolores derramó su vida hasta la muerte...
Si nada de esto apartó de sí por amor a nuestras almas, ¿será mucho, si por amor a El, y por amor al prójimo tenemos que sufrir cosas semejantes?
La pérdida de nuestros bienes, el ser despreciados (aun por aquellos a quienes amamos), el hambre, las cárceles o los sufrimientos que nos azoten, nunca serán demasiado, porque en medio de ellos tendremos la ayuda de Dios para soportarlos.
Dijo San Pablo:
«Estando atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperamos; perseguidos, mas no desamparados; abatidos, mas no perecemos; lle- vando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos. Por tanto, no desmayamos: antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior empero se renueva de día en día. Porque lo que al presente es momentáneo y leve de nuestra tribulación, nos obra un alto y eterno peso de gloria.» 2Cor.4:8-10, 16, 17.
Entonces, si todas nuestras pruebas son llevaderas, y todas ellas resultan en beneficio propio, es razonable que las aceptemos aunque nos agraven hasta el punto de tener que dar la vida por la causa de Cristo.
Digamos como el compositor del himno:
Mi carga, Señor, más se aumenta,
las espinas ahogan mi ser;
no las quites, Señor, de mi senda,
pero sí endurece mis pies.
Y consideremos el siguiente pensamiento:
«No es valiente quien busca espinas para herir sus pies en el camino, pero sí es valiente el que no rehusa seguir el camino que debe seguir, aunque en él haya muchas espinas».
Ev. B. Luis, U.M.A.P., 1966
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